«Ya no puedo respirar, hay mucha gente en este toque y este sótano no ayuda», gritaban todos los asistentes al festival urbano de música independiente organizado por los vecinos de El Zapote, hará ya unos 5 o 6 años. Taparon calles y pidieron apoyo a la municipalidad con bocinas, luz eléctrica y toldos para exponer playeras, discos y grabaciones caseras, además de vender panes con pollo, frescos naturales, golosinas y demás ventas para apoyar el evento.
Lo único que no se pudo solventar, fue el escenario donde pudieran tocar las quince bandas musicales que se presentaron. El único sitio disponible era el sótano donde funciona el gimnasio de don Kenneth, e hicieron a un lado las máquinas para hacer ejercicios, mancuernas y pesas hechas a base de botes de leche rellenos de cemento, las barras a base de piezas medio oxidadas de carro, mesas artesanales para realizar bíceps y las cuerdas verticales para hacer repeticiones.
Ese día, don Kenneth se dedicó a limpiar el gimnasio. Ordenó y amontonó todas las máquinas en el fondo. Recogió las toallas sudadas que dejaron los alumnos del día anterior, movió las colchonetas donde se practica Tai Chi y dejó libre el fondo que serviría de escenario, colocando varias mesas juntas a manera de tarima para poder disfrutar de todas esas bandas nuevas. El sótano puede albergar cómodamente a 60 personas, pero esta vez habían llegado más de 200 espectadores además de las bandas participantes, los sonidistas, el operador de luces y los colados que entraron cargando los instrumentos, junto a las novias de cada músico y sus respectivas bendiciones.
Los vecinos se sienten orgullosos de haber organizado un toque con tanta audiencia; se dice que ese concierto fue el mejor en mucho tiempo en el sector, pero no previeron la falta de ventilación. A la tercera banda, muchos jóvenes empezaron a salirse y enfilaron por toda la calle de La Merced rumbo a la venta de fresco de súchiles, ése que venden en la parada de la ruta 96, por la cerería y a un ladito de la iglesia que sobrevivió a un par de terremotos. Esa tiendita siempre ofrece su delicioso producto en frasco de vidrio tamaño familiar, con unos grandes pedazos de hielo y el cucharón de peltre listo para despachar y medir la cantidad a vender, siempre con la medida exacta, por si llega el vecino que quiere hacer trampa con un pichel al que le cabe más de la medida.
Todos los asistentes disfrutan del fresco de súchiles, parte por su rico sabor y parte por la embriaguez que produce después del segundo vaso. Mejor si va acompañado de unas ricas tostadas de guacamol y salsita natural para que amarre, como dicen los muchachos, quienes ya se preparan a regresar entonados y felizones, con los pasos medio cruzados y riéndose de todo lo que sucede a su alrededor, al festival. Que viva la música, el fresco de súchiles y esos vecinos chispudos que organizaron el evento.
URBANISMO MELÓDICO: relatos de anécdotas y sitios de la ciudad capital, en los que se haya vivido una historia urbana antes, después o en medio de una actividad musical, combinando urbanismo, lugares, música y literatura.
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